El sufrimiento forma parte de la experiencia humana.
Las personas se dañan unas a otras: dañamos a
otros y otros nos dañan. Saber esto es comenzar a ver con claridad. No
sólo somos víctimas. Muchas veces nos convertimos en verdugos empeñados
en escarmentar a quienes nos han hecho sufrir. La
única manera de solucionar esta adicción a culpabilizar al resto, y
reaccionar en consecuencia, es hacernos amigos del dolor, de la soledad y
del sufrimiento propio para entender el de los demás.
La compasión surge cuando uno reconoce que ha
estado en el mismo punto. Enfadados, celosos, solitarios,
rencorosos…tenemos comportamientos extraños y contrapuestos que los
demás tampoco entienden. Si nos sentimos solos, decimos palabras
crueles; si queremos que alguien nos quiera y no lo hace como deseamos,
lo insultamos; si tenemos miedo a que nos abandone, lo ignoramos…
reacciones que llevan la semilla de la incongruencia en sí mismas.
Comenzamos a ponernos en los zapatos del otro cuando reconocemos, no que
somos superiores y desde ese pedestal perdonamos, sino que hemos estado
en el mismo estado y reaccionado de idéntica forma. Cuánto más
conocemos nuestros venenos, más entendemos los de los demás.
El ego nos juega malas pasadas. Lo intenta personalizar todo.
Es una habitación que decoramos a nuestro gusto, disponemos a nuestra
temperatura, rociamos con los aromas preferidos y completamos con la
música que elegimos. Cuanto más queremos que la vida se adapte a
nuestros gustos, más temes a los demás, y lo que está fuera de tu
habitación se va haciendo cada vez más grande e imposible. En lugar de
estar más relajados comenzamos a cerrar ventanas y puertas. Cuando
salimos, la experiencia de vivir con el resto se va haciendo más
desagradable e imposible. Estamos más irritables, más temerosos, más
sensibles que nunca. Cuánto más tratas de hacer las cosas a tu manera,
menos cómodo te sientes. Comenzar a entender a los demás equivale a
abrir la puerta para ser honesto contigo mismo y abrazar la sensación de
comprenderles.
Muchas veces son las
expectativas no cumplidas por los demás, las que nos dañan, no ellos
mismos. No establezcamos objetivos con lo que el resto debe darnos de sí
mismo porque en realidad lo que queremos con ello es ganar nosotros,
tener éxito en lo que proyectamos para los otros sin contar con ellos,
con sus reacciones, con su peculiar punto de partida. Sintámonos libres
de exigencias con ellos. Andemos en sus zapatos algún tramo y si
definitivamente concluimos que estamos frente a una persona que nos
causa un dolor gratuito, alegrémonos de algún modo porque estamos
enfrente de un profesor. Si con eso estamos aprendiendo a comunicar, no
a ganar, ese será el verdadero camino hacia nuestra evolución.