domingo, 24 de mayo de 2020

HACERNOS AMIGOS DE NUESTRO CRÍTICO INTERIOR SANA -David D. Burns

Para reducir al crítico despiadado que tiene en el cerebro existen dos estrategias básicas: el paradigma de la defensa propia y la paradoja de la aceptación.
Cuando aplica el paradigma de la defensa propia, discute con sus pensamientos negativos e insiste en que no son ciertos. Esta estrategia se basa en la idea de que sus pensamientos negativos son engañosos y están distorsionados, y de que la verdad le hará libre.
La paradoja de la aceptación es una técnica espiritual que funciona a la inversa. En vez de defenderse del pensamiento negativo, encuentra en él algo de verdad. Está de acuerdo con él, pero con sentido del humor, paz interior e iluminación.
Llega a hacerse amigo del crítico que está en su mente. Usted puede mezclar o combinar estos dos estilos de respuesta, pero cuando los pensamientos negativos conducen a sentimientos de falta de valor, inferioridad, vergüenza o pérdida de autoestima, la paradoja de la aceptación resultará en general mucho más eficaz que el paradigma de la defensa propia.
Supongamos que se siente inseguro y se dice que es deficiente o inferior. Si usted aplicara el paradigma de la defensa propia, podría recordarse a sí mismo, como lo haría un amigo, que tiene muchas cualidades y logros positivos de los que puede estar orgulloso.
Muchas personas opinan que este tipo de «pensamiento positivo» es la clave para forjarse una autoestima. Según mi experiencia, casi siempre resulta ineficaz, porque lo único que hará usted es decirse «sí, pero» y obsesionarse con sus faltas y defectos.
Por ejemplo, puede decirse: «Sí, claro, puede que tenga unas pocas cualidades positivas bien lamentables, pero eso no cambia el hecho de que soy inferior a todas esas personas que han conseguido tantas cosas verdaderamente significativas, muy por encima de lo que yo puedo soñar siquiera con conseguir».
Si usted aplicara la paradoja de la aceptación, podría replicar de este modo al pensamiento negativo:
«La verdad es que sí que tengo muchos defectos. De eso no cabe duda. Lo acepto». Así se despoja de su aguijón a la crítica y se pone fin al debate.
Supongamos ahora que el crítico interior insiste sin piedad en atacarle. Usted podría limitarse a mantener su posición aplicando la paradoja de la aceptación, como en el siguiente ejemplo:
PENSAMIENTOS NEGATIVOS: No es que tengas unas pocas faltas o defectos concretos. Reconócelo. Eres defectuoso en general. Eres un ser humano deficiente.
PENSAMIENTOS POSITIVOS: ¡Tienes razón! Yo he tardado años en darme cuenta de ello, pero tú lo has entendido a la primera. Y ¿sabes otra cosa? ¡Mi deficiencia es, en realidad, una de mis mejores características!
En este caso, estamos arrancando los dientes al monstruo y estamos haciendo una broma cósmica.
Usted es «deficiente», ¿y qué? ¿Se negarían a servirle un café en Nueva York? ¿Van a dejar de salir con usted sus amigos?
La paradoja de la aceptación se basa en el principio budista de que cuando uno se defiende, produce al momento un estado de guerra. En cuanto usted se defiende, inspira un nuevo ataque. Naturalmente, el crítico con el que lucha es la parte negativa de su cerebro, por lo que termina haciéndose la guerra a sí mismo.
Por el contrario, cuando encuentra lo que hay de verdad en una crítica, ésta pierde su poder contra usted.
La mayoría de las religiones, entre ellas el cristianismo, han subrayado el hecho de que todos los seres humanos somos imperfectos y defectuosos. Así es la condición humana.
Los indios navajo tienen por norma que todas las alfombras que tejen deben contener algún defecto o imperfección,
pues de lo contrario los dioses se enfadarían y les castigarían.
Sin embargo, es posible conocer la alegría y la iluminación a pesar de nuestra naturaleza defectuosa. La paradoja de la aceptación es uno de los modos posibles de convertir esta idea en una realidad emocional.
Al principio puede resultar difícil «ver» de qué manera puede ser útil la paradoja de la aceptación.
Muchas personas que padecen ansiedad o depresión creen que ya se han aceptado a sí mismas.
Creen que están afrontando la terrible realidad acerca de sí mismas y sienten que son de verdad unos fracasados sin esperanza y sin valor.
Ésta es una aceptación malsana, radicalmente distinta de la aceptación sana.
La aceptación malsana se caracteriza por el odio a uno mismo, el desánimo, la parálisis, la desesperanza, el aislamiento, la atrofia y el cinismo.
Por el contrario, la aceptación sana se caracteriza por la autoestima, la alegría, la productividad, la esperanza, la intimidad, el desarrollo y la risa. En la aceptación sana hay alegría de vivir y conexión con los demás.
La verdad es que todos somos deficientes. Usted puede ver en su «deficiencia» un motivo para suicidarse o una causa de alegría. Puede aceptarla bien o con desesperación.
Cuando se libere de la idea de que usted debe ser especial, de que debe tener «autoestima» y de que debe estar a la altura de su yo ideal y ser exactamente tal como usted cree que debe ser, conocerá la libertad, la alegría y la iluminación.
Vamos a suponer que usted se siente inferior. ¿Por qué? Piense en cómo se ha sentido durante los momentos de duda y de desesperación. ¿Qué se decía a sí mismo?
Imagínese que las partes negativa y positiva de su mente libran una batalla. Usted puede representar el papel de los pensamientos negativos y yo representaré el de los pensamientos positivos.
PENSAMIENTOS NEGATIVOS : La verdad es que no eres muy inteligente, ¿verdad?
PENSAMIENTOS POSITIVOS: Es la pura verdad que hay muchísimas personas más listas que yo. Millones, en realidad: físicos, matemáticos, científicos, músicos, escritores… Y yo lo acepto.
PN: Ah, ¿aceptas, entonces, que no eres más que una persona estúpida e inferior?
PP: Bueno, si lo dices por eso, he cometido muchos errores en la vida. Y hay muchas personas que son mucho más listas que yo. Pero cuando dices que soy estúpido e inferior, parece una condena bastante tajante, y no entiendo bien lo que quieres decir.
PN: Sé que te costará trabajo captarlo porque eres un imbécil. Verás, nuestra sociedad valora a la gente que tiene intelecto y que alcanza logros. A las personas que ganan el premio Nobel, por ejemplo. Ésas son las personas especiales, las superdotadas, las superiores. Pero tú, a su lado, no eres más que un patán. Eres carne de cañón, uno del montón.
PP: Bueno, a mí me parece bien. Aunque parezca raro, en cierto modo me gusta ser uno del montón.
PN: Ah, de modo que lo reconoces, ¿no? ¿Reconoces que no eres más que un vulgar sujeto del montón?
PP: ¡Decididamente, sí! La verdad es que la mayor parte de mis amigos también son gente del montón, y lo pasamos estupendamente saliendo y divirtiéndonos juntos. Oye, ¡si te tratas sólo con premios Nobel, quizá no tengas muchas ocasiones de salir, y tu círculo de amigos puede ser bastante exiguo! Pero quizá se me escape algo todavía. Parece que quieres dar a entender que tengo algo malo o vergonzoso y que me estoy perdiendo alguna experiencia maravillosa; pero yo no termino de captar a qué te refieres.
PN: ¡Chico, hay que ver qué corto eres! Lo que quiero decir es que no mereces ningún respeto y que no tienes derecho a ninguna alegría ni autoestima auténtica porque eres una birria. No está a la altura de las pautas que tengo en la mente. ¿Cómo te soportas a ti mismo? ¿Cómo eres capaz de mirarte en el espejo todas las mañanas, sabiendo cuántos defectos tienes?
PP: Ah, es fácil. Me limito a sonreír y me digo: «¡Hola, tipo con defectos! ¡Tienes por delante un día maravilloso! Y te espera mucha gente interesante con la que tratar».
David D. Burns, en Adios Ansiedad

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