Cuando juzgamos a las personas por lo "importantes" o "perfectas" que
nos parecen, pasamos por alto los dones que pueden brindarnos. Si solo
reparamos en los defectos de alguien, limitamos nuestra experiencia de
esa persona, algo que sucede en las relaciones a diario, a cada
momento.
Podemos elegir entre invitar al otro a mostrar su grandeza, al
Espíritu que mora en su interior, y engrandecernos con el encuentro, o
fijarnos solo en sus fallas y rechazar todo su potencial.
Depende de nosotros: veremos belleza o fealdad segun el cristal por el que decidamos mirar.
Si estoy en una fiesta y todo el mundo me parece aburrido y poco
digno de mi atención, es probable que me pierda de una conversación
fantástica con alquien que sólo necesitaba un mínimo gesto para
lanzarse.
TODO EL MUNDO TIENE ALGO QUE OFRECER. TODOS TENEMOS UNA HISTORIA QUE
CONTAR, y a través de los relatos conectamos en el plano espiritual más
trascendente. Si no dejamos que prejuicios, todo tipo de sorpresas nos
saldrán al paso. No podría contar cuántas personas, después de hacer un
trabajo interior y aprender a enjuiciar menos, me han dicho: "Jamás
hubiera imaginado que acabaría junto a una persona extrovertida (o
tímida, o calva o de Tokio)" es imposible saber lo que te depara el
universo, y aferrarte a una imagen particular de tu alma gemela no hará
sino restringir sus posibilidades de manifestarse.
Tal vez no esté en nuestra mano decidir quiénes van a compartir
nuestra existencia vital, pero si podemos elegir la manera de verlos y
de interactuar con ellos. Dependiendo de esa elección, avanzaremos o nos
quedaremos estancados.
Atraemos el Amor, cuando contemplamos con afecto el mundo que nos
rodea; en cambio, si optamos por enjuiciar, alimentamos la hostilidad y
la soledad. Depende de nosotros y de nadie más. Las relaciones
constituyen un espejo mágico que refleja nuestra postura en el mundo y
nos invita a seguir creciendo.
En cada momento, a cada milésima de segundo, el Espíritu se revela o
se oculta. Se manifiesta cuando consideramos digna de amor a la persona
que tenemos delante, porque, como reconoce toda tradición espiritual, la
divinidad (o el amor) mora en todos y cada uno. Por el contrario, si
alguien nos parece indigno de cariño, perdemos la oportunidad de
percibir su lado más elevado y sublime.
Todos somos iguales a los ojos de Dios, como escribió el místico del
siglo XIII Yunus Emre en la "Gota que se convirtió en mar": "A aquellos a
los que el Bienamado ama, debemos también amar".
Con esto no quiero decir que no debas tomar medidas cuando alguien,
con su comportamiento, te agreda o te haga sentir herido, ni que puedas
expresarte de manera responsable. Atrévete a experimentar cualquier
sentimiento que te invada, y, sólo después, escoge demostrar tu amor de
la manera más apropiada para cada situación. Como es lógico, no hay que
permanecer con alguien q abusa de nosotros o nos hace daño; el amor
empieza por cuidar de uno mismo. Sin embargo, saldremos beneficiados si
reconocemos que quienquiera que tengamos adelante -ya sea el marido, la
novia, un criminal o el jefe- constituye una manifestación del Espíritu.
Bajo una apariencia bondadosa o un talante amenazador, todos estamos,
en lo mas profundo, hechos de la misma materia.
Somos manifestaciones de Dios y con cada uno de nuestros actos
tejemos un lienzo en creación constante; de nuestras elecciones a la
hora de relacionarnos depende el futuro del mundo.
La magia actúa cuando comprendemos que todos vamos en el mismo barco.
El alma tiende a buscar la unión, a integrar la diversidad con el fin
de enriquecer un Todo en eterna expansión; el ego, en cambio, busca
separar y polarizar. El máximo logro espiritual, en consecuencia, radica
en sustituir el enjuiciamiento por la empatía.
Sólo la compasión -la capacidad de ponerse en el lugar del otro-
prevalece sobre la discordia. Nos embargará una profunda sensación de
poder y libertad cuando nos desprendamos de los miedos que alimentan
patrones de conducta recurrentes y destructivos; llegaremos a abrazar
una nueva forma de relacionarnos mas evolucionada.
Las relaciones constituyen un reto necesario para dejar atrás
prejuicios. Precisamos compañeros de viaje -parejas, amigos, conocidos e
incluso extraños- en el periplo hacia la plena realización de nuestra
alma. Sólo si nos comportamos como si cada persona que se cruza en
nuestro camino fuera un ángel enviado por Dios llegaremos a trascender
el pequeño yo para dar paso a nuestro gran Ser. Es difícil, cuando
menos; sin embargo, esas relaciones son proporcionan el campo de
entrenamiento perfecto para cultivar la intimidad con el espíritu.
EL VERDADERO AMOR LLEGA SIN AVISAR, cuando la mente deja de
enjuiciar, cuando nos aceptamos plenamente a nosotros mismos y hacemos
lo mismo con nuestro allegados. Si vemos a las personas, especialmente a
la pareja, como ángeles venidos de la Tierra para despertarnos de un
sueño, empezaremos a percibir la verdadera Unidad.
Kathy Freston.
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