Apreciados Amigos
En esta oportunidad, me complace remitirles un artículo escrito por Carolina Jaimes Branger, con el cual me he identificado mucho pues he experimentado de manera similar lo que ella relata en relación a ciertas personas que no valoran adecuadamente el trabajo intelectual que otros hacen.
A raíz de haber tenido varias experiencias casi idénticas a lo que ella relata, entendí perfectamente que el meollo del asunto - más allá de mi propia valoración acerca de lo que yo suponga que vale mi trabajo y más allá de lo que los demás puedan creer u opinar al respecto - es que cuando uno regala su conocimiento - sea del tipo que sea - el que lo recibe, tiende a percibir inconscientemente que eso no tiene valor, simplemente porque lo recibió sin haber puesto esfuerzo alguno de su parte, pero sin comprender que el verdadero esfuerzo lo hizo quien se lo regaló, a costa de haber invertido y dedicado su energía y su irremplazable tiempo productivo para complacer unilateralmente al otro.
Esto vale para todos aquellos que tienen la errónea creencia que "lo espiritual debe ser gratuito", pues creen que con ponerle la etiqueta "espiritual" a una gran cantidad de situaciones, justifican su acomodada postura.
Curiosamente, todos estamos dispuestos a recibir sin dar nada a cambio y sin poner en duda de que merecemos incondicionalmente aquello que recibimos gratuitamente, como si ese "derecho" estuviera socialmente establecido.
Sobre este tema - "lo espiritual debe ser gratuito" - he enviado varios textos en el pasado (ademas de todo lo que ha estado circulando libremente por Internet) y por consiguiente, no debería ser necesario explicar nuevamente que todo lo que nos rodea y todo lo que hacemos, al final es Energía en Movimiento. Los que transitamos conscientemente por el Camino de Búsqueda que nos auto-impusimos, aprendimos que "Dar" requiere de "Recibir" para que este flujo se equipare.
Nadie debería estar obligado a Dar, sólo porque pueda existir un cierto consenso público acerca de lo que deba ser socialmente/religiosamente correcto o no.
Cuando Damos con el corazón abierto de par en par y sin esperar nada a cambio - porque lo hacemos con esa intención - aunque hayamos renunciado a un justo intercambio, la Vida suele retribuirnos, no porque "nos portamos bien" o "fuimos espirituales", sino porque el "Dar" funciona como una especie de ecuación matemática o como una fórmula química: necesariamente generará un flujo de Energía contrario llamado "Recibir".
Por otra parte, cuando Damos a través de un intercambio que hayamos pactado de antemano, nos estamos ciñendo a esa misma fórmula, pero sin esperar a que se produzca la reacción adecuada. Simplemente, estamos obrando dentro del mismo espíritu del "Dar y Recibir", pero conscientes de que nuestro Ser - a través de nuestro sentido de autovaloración - estará conforme por entregar algo que será valorado en su justa medida por quien lo reciba, pues debemos tener presente que cuando cobramos por algo que ofrecemos, la contraparte sólo lo recibirá después de haber aceptado un intercambio negociado o pactado de antemano", lo cual significa aceptación y conformidad de parte y parte… y eso también es "Energía en Movimiento en Búsqueda de un Estado de Equilibrio".
Fraternalmente
Mario Liani
“Cobra tu trabajo” por Carolina Jaimes Branger
Hace un mes un colegio privado de Caracas me invitó a dar una charla. Cuando pasé mis honorarios, me respondieron que “no tenían contemplado pagar las charlas en el presupuesto”. La semana pasada un gremio me invitó a hablarles –gratis también- a las 11 am y a la 1 pm no había comenzado. Me fui. Ni una letra de disculpas. Compartí la historia en Facebook y me encontré con que no estoy sola en este tipo de abusos.
Recordé una de mis muchas conversaciones con Ramón J. Velásquez, quien la semana pasada cumplió 97 años de sabiduría acumulada. En esa ocasión me dijo que Venezuela solo comenzaría a cambiar cuando se valorara el trabajo intelectual. “Cobra tu trabajo”, me dijo. Y es que si no cobro, no vivo…
Ya yo había tenido una pésima experiencia con el dueño de un colegio de Valencia que me pidió que diera una charla en un seminario que tenía en el Hotel Pestana con más de mil asistentes y cobrado a precio de gallina de oro, pues se había asociado con un instituto en Caracas para formar educadores especializados. Cuando terminé la charla me dio un diploma de “gracias por tu participación” y cuando le escribí para cobrarle me dijo que “él pensaba que yo no iba a cobrar” y me ofreció darme “1000 bolívares de su bolsillo” como si se tratara de una limosna. Un par de meses después me lo encontré en una cena en el Tamanaco, donde había pagado Bs. 25.000 por su mesa… En fin…
Entre los comentarios que recibí a mi queja pública, la profesora Olga Ramos me comentó que en el mundo educativo quienes organizan foros siempre parten de la premisa de que quienes damos charlas lo hacemos porque nos conviene y que hasta nos hacen un favor brindándonos un auditorio. Bernard Horande me aconsejó partir siempre del principio de que el trabajo se paga. Y Gabriel Ruda me dio una lección que empecé a aplicar desde que la leí:
“No me gusta generalizar, pero las charlas gratis en mi vida han tenido tres características típicas:
a) Siempre tienen problemas logísticos (cuando no les llueve, les llovizna)…
b) Tienen una puntualidad horrenda (la gente se toma a la ligera llegar o no llegar). De hecho el grupo suele arrancar con poca gente.
c) Finalmente, la gente muchas veces no se compromete con el mensaje (aún si la conferencia es buena, unos pocos se desconectan, la mayoría se medio involucra y muchos sólo estuvieron allí sentados).
Cuando pagas por algo, hay un efecto psicológico de: “tengo que sacarle provecho a este dinero”. Entonces no llegan tarde ni por equivocación, no falla nada en la logística porque los organizadores saben que les van a exigir y la gente casi quisiera poner un cable directo al cerebro del conferencista.
Cuando alguien te pide una charla gratis, diciéndote que no puede pagar, tiene un problema de “actitud” que no lo va a resolver la charla. Hay excepciones, pero en mi vida han sido contadísimas. Siempre algo se puede intercambiar, siempre algo a cambio me pueden ofrecer… Tu dinero va a hacia alguien y viene de alguien… Hay que pagar y cobrar todo (no sólo con dinero) para que la energía se siga moviendo… Van a salir a refutar, por qué tus ideas no se pueden aplicar en este entorno y por qué seguirán jodidos (perdón por la grosería).
Hace 2 meses una universidad de provincia con severos problemas de presupuesto en México, hizo rifas, vendieron playeras, consiguieron apoyo televisivo y movieron a toda una ciudad para hacer posible la charla en sólo 3 semanas. Por supuesto que hice una concesión en la tarifa por ser estudiantes, pero no regalé mi trabajo ¿Resultado?
¡400 personas en la sala, pagando su entrada! Ellos sacaron su poder de logro… Demostraron que querían la charla. La energía fue inolvidable y aprovecharon cada segundo que compartimos.
La penúltima charla a una universidad, la regalé ¿Resultado? Un auditorio de 350 sillas, sólo con 20 personas, a pesar de 3 meses de promoción. Dije: ¡No más!
Si no, mira qué pasa con las cosas que los pueblos reciben gratis…”
Por desgracia, lo estamos viendo.
En esta oportunidad, me complace remitirles un artículo escrito por Carolina Jaimes Branger, con el cual me he identificado mucho pues he experimentado de manera similar lo que ella relata en relación a ciertas personas que no valoran adecuadamente el trabajo intelectual que otros hacen.
A raíz de haber tenido varias experiencias casi idénticas a lo que ella relata, entendí perfectamente que el meollo del asunto - más allá de mi propia valoración acerca de lo que yo suponga que vale mi trabajo y más allá de lo que los demás puedan creer u opinar al respecto - es que cuando uno regala su conocimiento - sea del tipo que sea - el que lo recibe, tiende a percibir inconscientemente que eso no tiene valor, simplemente porque lo recibió sin haber puesto esfuerzo alguno de su parte, pero sin comprender que el verdadero esfuerzo lo hizo quien se lo regaló, a costa de haber invertido y dedicado su energía y su irremplazable tiempo productivo para complacer unilateralmente al otro.
Esto vale para todos aquellos que tienen la errónea creencia que "lo espiritual debe ser gratuito", pues creen que con ponerle la etiqueta "espiritual" a una gran cantidad de situaciones, justifican su acomodada postura.
Curiosamente, todos estamos dispuestos a recibir sin dar nada a cambio y sin poner en duda de que merecemos incondicionalmente aquello que recibimos gratuitamente, como si ese "derecho" estuviera socialmente establecido.
Sobre este tema - "lo espiritual debe ser gratuito" - he enviado varios textos en el pasado (ademas de todo lo que ha estado circulando libremente por Internet) y por consiguiente, no debería ser necesario explicar nuevamente que todo lo que nos rodea y todo lo que hacemos, al final es Energía en Movimiento. Los que transitamos conscientemente por el Camino de Búsqueda que nos auto-impusimos, aprendimos que "Dar" requiere de "Recibir" para que este flujo se equipare.
Nadie debería estar obligado a Dar, sólo porque pueda existir un cierto consenso público acerca de lo que deba ser socialmente/religiosamente correcto o no.
Cuando Damos con el corazón abierto de par en par y sin esperar nada a cambio - porque lo hacemos con esa intención - aunque hayamos renunciado a un justo intercambio, la Vida suele retribuirnos, no porque "nos portamos bien" o "fuimos espirituales", sino porque el "Dar" funciona como una especie de ecuación matemática o como una fórmula química: necesariamente generará un flujo de Energía contrario llamado "Recibir".
Por otra parte, cuando Damos a través de un intercambio que hayamos pactado de antemano, nos estamos ciñendo a esa misma fórmula, pero sin esperar a que se produzca la reacción adecuada. Simplemente, estamos obrando dentro del mismo espíritu del "Dar y Recibir", pero conscientes de que nuestro Ser - a través de nuestro sentido de autovaloración - estará conforme por entregar algo que será valorado en su justa medida por quien lo reciba, pues debemos tener presente que cuando cobramos por algo que ofrecemos, la contraparte sólo lo recibirá después de haber aceptado un intercambio negociado o pactado de antemano", lo cual significa aceptación y conformidad de parte y parte… y eso también es "Energía en Movimiento en Búsqueda de un Estado de Equilibrio".
Fraternalmente
Mario Liani
“Cobra tu trabajo” por Carolina Jaimes Branger
Hace un mes un colegio privado de Caracas me invitó a dar una charla. Cuando pasé mis honorarios, me respondieron que “no tenían contemplado pagar las charlas en el presupuesto”. La semana pasada un gremio me invitó a hablarles –gratis también- a las 11 am y a la 1 pm no había comenzado. Me fui. Ni una letra de disculpas. Compartí la historia en Facebook y me encontré con que no estoy sola en este tipo de abusos.
Recordé una de mis muchas conversaciones con Ramón J. Velásquez, quien la semana pasada cumplió 97 años de sabiduría acumulada. En esa ocasión me dijo que Venezuela solo comenzaría a cambiar cuando se valorara el trabajo intelectual. “Cobra tu trabajo”, me dijo. Y es que si no cobro, no vivo…
Ya yo había tenido una pésima experiencia con el dueño de un colegio de Valencia que me pidió que diera una charla en un seminario que tenía en el Hotel Pestana con más de mil asistentes y cobrado a precio de gallina de oro, pues se había asociado con un instituto en Caracas para formar educadores especializados. Cuando terminé la charla me dio un diploma de “gracias por tu participación” y cuando le escribí para cobrarle me dijo que “él pensaba que yo no iba a cobrar” y me ofreció darme “1000 bolívares de su bolsillo” como si se tratara de una limosna. Un par de meses después me lo encontré en una cena en el Tamanaco, donde había pagado Bs. 25.000 por su mesa… En fin…
Entre los comentarios que recibí a mi queja pública, la profesora Olga Ramos me comentó que en el mundo educativo quienes organizan foros siempre parten de la premisa de que quienes damos charlas lo hacemos porque nos conviene y que hasta nos hacen un favor brindándonos un auditorio. Bernard Horande me aconsejó partir siempre del principio de que el trabajo se paga. Y Gabriel Ruda me dio una lección que empecé a aplicar desde que la leí:
“No me gusta generalizar, pero las charlas gratis en mi vida han tenido tres características típicas:
a) Siempre tienen problemas logísticos (cuando no les llueve, les llovizna)…
b) Tienen una puntualidad horrenda (la gente se toma a la ligera llegar o no llegar). De hecho el grupo suele arrancar con poca gente.
c) Finalmente, la gente muchas veces no se compromete con el mensaje (aún si la conferencia es buena, unos pocos se desconectan, la mayoría se medio involucra y muchos sólo estuvieron allí sentados).
Cuando pagas por algo, hay un efecto psicológico de: “tengo que sacarle provecho a este dinero”. Entonces no llegan tarde ni por equivocación, no falla nada en la logística porque los organizadores saben que les van a exigir y la gente casi quisiera poner un cable directo al cerebro del conferencista.
Cuando alguien te pide una charla gratis, diciéndote que no puede pagar, tiene un problema de “actitud” que no lo va a resolver la charla. Hay excepciones, pero en mi vida han sido contadísimas. Siempre algo se puede intercambiar, siempre algo a cambio me pueden ofrecer… Tu dinero va a hacia alguien y viene de alguien… Hay que pagar y cobrar todo (no sólo con dinero) para que la energía se siga moviendo… Van a salir a refutar, por qué tus ideas no se pueden aplicar en este entorno y por qué seguirán jodidos (perdón por la grosería).
Hace 2 meses una universidad de provincia con severos problemas de presupuesto en México, hizo rifas, vendieron playeras, consiguieron apoyo televisivo y movieron a toda una ciudad para hacer posible la charla en sólo 3 semanas. Por supuesto que hice una concesión en la tarifa por ser estudiantes, pero no regalé mi trabajo ¿Resultado?
¡400 personas en la sala, pagando su entrada! Ellos sacaron su poder de logro… Demostraron que querían la charla. La energía fue inolvidable y aprovecharon cada segundo que compartimos.
La penúltima charla a una universidad, la regalé ¿Resultado? Un auditorio de 350 sillas, sólo con 20 personas, a pesar de 3 meses de promoción. Dije: ¡No más!
Si no, mira qué pasa con las cosas que los pueblos reciben gratis…”
Por desgracia, lo estamos viendo.
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