CUANDO a quien está ante de ti se le libera de todas
sus cargas —la carga de tener que ser quien te complete y la carga de
ser quien puede amenazar tu completitud—, se le libera de su estatus de
gurú, se le despoja de su imaginario poder de completar a nadie. Y
cuando esto sucede, finalmente puedes ver a esa persona por quien de
verdad es. La lucha de poder entonces ha terminado, y es realmente
posible un verdadero, un auténtico encuentro humano.
Cuando ya no te transfiero lo que necesito encontrar, soy libre de ver la completitud que eres tú también. Puedo verte como eres. Puedo ver tus defectos humanos, tus fallos, tu debilidad, tu tristeza, tu dolor. Finalmente puedo amarte por quien eres,
no por quien pensaba que eras o quien necesitaba que fueras. Puedo
amarte en tu dolor, en tu pesar, en tus imperfecciones, en toda tu
humanidad. Más allá de los roles y de los relatos, veo que tus
imperfecciones son perfectas.
Si el buscador carga a su gurú con el peso de sus expectativas, también se carga a sí mismo con ellas. Porque cuando buscamos algo de alguien
—ya sea un amante, un amigo, un terapeuta, un padre, una madre, un
maestro espiritual o un gurú, o incluso un político, una celebridad o un
líder—, le otorgamos un poder que nunca había tenido,
y nos sentimos atados a ese poder, atados a esa persona de alguna
manera, dependientes e incapacitados para irnos libremente de su lado.
Parece que ejerza un extraño y desconcertante poder sobre nosotros.
El buscador siempre está atado a lo que busca. Se siente incapaz de
abandonar a su gurú, a la persona que cree que le completará. La gente
se pasa décadas merodeando alrededor de su gurú espiritual, esperando
obtener algo, creyendo real y verdaderamente que su gurú tiene algo que
ellos no tienen. Centrar toda su atención en el gurú y
esperar la transmisión o revelación por parte de él les ha hecho perder
la confianza en su propia experiencia. Viven en una espera
constante de validación, dependiendo de la autoridad de otro. Incluso
cuando el gurú abusa de ellos —verbal, física o emocionalmente— se
quedan donde están, intentando desesperadamente acallar las dudas,
aferrándose desesperadamente a la esperanza de que, al final, habrá
valido la pena y obtendrán lo que venían buscando.
Un hombre me contó que, teniendo poco más de veinte años, vio una vez
en casa de un amigo la fotografía de un hombre indio colgada en la sala
de estar. Hasta ese momento, no le había interesado la espiritualidad;
no sabía nada sobre caminos espirituales, y nunca antes había visto al
hombre de la foto. Pero —como me contó detalladamente— en el momento en
que vio la foto, sucedió algo muy extraño. Era casi como si emanara
energía de la fotografía. Percibía en ella una especie de poder, una
presencia. Fue tan magnético, tan atractivo... En aquel mismo momento, el hombre de la foto empezó a ser su gurú, y él se fue a la India a buscarlo. Me dijo:
— ¡Fue tan extraño! Yo no buscaba nada en aquel tiempo. No buscaba, de ningún modo, la iluminación. Aquel poder simplemente emanaba de la fotografía. No tenía nada que ver conmigo; estaba allí, en la foto. Mira, echa un vistazo.
Me la enseñó; todavía llevaba una copia ajada en el billetero. Era
una fotografía preciosa, de eso no hay duda. El gurú parecía muy sereno,
feliz, en paz, en aquel momento. Estoy seguro de que tenía experiencias
muy interesantes que comunicar. Pero ¿poder? Yo no sentí que emanara
ningún poder de la fotografía. No me sentía más atraído hacia ese hombre
que hacia cualquier otra persona. No era distinto de lo que yo soy. Era
solo otra bella ola de este océano cósmico, una pieza musical distinta,
pero no fundamentalmente distinta del resto de la música. Cuando no buscas, ves lo que hay en realidad, sin proyecciones.
Lo que este hombre había descrito era un perfecto ejemplo del
mecanismo de búsqueda en acción. Aseguraba que él no buscaba nada cuando
vio la foto. Pero todo individuo es un buscador, aunque no se dé cuenta de ello. Toda ola busca el océano.
Puede que él no buscara concretamente la iluminación, pero era un
buscador de amor, de completitud, de aceptación profunda, y pensó que
finalmente había encontrado lo que buscaba en forma de aquel hombre
indio de la fotografía.
Todo el mundo busca amor incondicional. Como no lo hemos recibido de
nuestros padres, de nuestra pareja, de nuestra carrera profesional, lo
vamos buscando en forma de gurú o sanador espiritual.
La mayor parte del tiempo, no nos damos cuenta de que
buscamos algo; simplemente nos sentimos atraídos hacia ciertas personas,
atados a ellas, aparentemente absorbidos por su energía, por su extraño
poder. Sentimos el impulso irrefrenable de dejarlo todo y viajar a la
India para encontrarnos con un hombre vestido con un taparrabos. Nos
flaquean las piernas cuando una celebridad entra en la sala. Nos
desmayamos cuando vemos a nuestros ídolos en persona. Nos sometemos a
nuestros poderosos líderes; hacemos exactamente lo que nos dicen;
ponemos todo nuestro pensar crítico, nuestra inteligencia y nuestros
instintos viscerales en suspenso para complacerlos. Nos quedamos
embobados cuando nuestra amada entra en la habitación, y hacemos todo lo
posible para agradarle, para hacerla feliz, para ganarnos su estima,
aunque ello nos haga sentirnos falsos. El buscador está como poseído por el objeto de su búsqueda.
Pero esta experiencia de poder externo es siempre nuestra propia
proyección, basada en un malentendido sobre quiénes somos realmente.
El grupo Everything But The Girl grabó una canción titulada I Didn’t KnowI Was Lookingfor Love Until I Found You. Esto es exactamente a lo que me refiero: no sabía que buscaba amor hasta que te encontré,
y de repente fuiste el final de mi búsqueda de amor. No sabía que
buscaba la iluminación hasta que vi la foto de un hombre indio, y de
repente proyecté en él el final de mi búsqueda. Pero el amante no tiene ningún poder hasta que se lo damos, y el gurú no tiene ningún poder hasta que lo proyectamos en él.
El poder de poner fin a la búsqueda, el poder de darnos la completitud
que buscamos —a la que llamamos «iluminación» o «amor», o incluso
«fama», «genialidad» o «poderío»—, lo proyectamos en la persona, y, a
continuación, nos olvidamos de que es solo una proyección nuestra y no un poder que nadie en realidad pueda tener.
Y luego nos lanzamos al mundo en busca de ese poder, para estar más
cerca de él, para tocarlo, para percibirlo, para absorberlo y después
para evitar perderlo.
Todo el mundo quiere estar cerca del gurú. Todo el mundo quiere estar
cerca de la celebridad. Todo el mundo quiere tocar la túnica del santo,
del papa, del líder espiritual. Nos sentimos extrañamente fascinados
por estas personas, y no sabemos por qué; solo somos capaces de
balbucear cosas como: « ¡Es increíble! Está tan presente... Tiene una
energía tan poderosa... Irradia algo. No es de este mundo...».
Entran en la sala y nos desmayamos. La realidad es que nos estamos desmayando ante nuestra propia proyección.
Pasan a nuestro lado y sentimos su energía, que no es sino nuestra
propia energía proyectada. Nos miran a los ojos y sentimos que nos «transmiten presencia»; la verdad es que, literalmente, es tu propia presencia la que percibes. Cuando sentimos un poder que parece venir de fuera de nosotros, es en realidad nuestro propio poder proyectado. Realmente, no hay poder interior ni poder exterior; solo existe el poder de la vida, que no tiene dentro ni fuera. No hay dentro ni fuera del océano; todo es agua. No hay dentro ni fuera de este momento.
Una vez, en una conferencia, un buscador de la iluminación me dijo
que había percibido la energía que emanaba de mí, que había «sentido mi
presencia» desde el otro extremo del vestíbulo. Como entiendo el
mecanismo de la búsqueda, vi al instante lo que ocurría. En su búsqueda
de iluminación, había proyectado en mí su imagen de lo que era una
persona iluminada (tenía que hacerlo; era un buscador). Así que, a sus
ojos, yo parecía tener poder; parecía irradiar presencia, dejar una
estela de energía tras de mí allí a donde iba.
Yo sé que no irradio nada. Sé que no dejo estelas de energía a mi
paso. No soy especial en modo alguno, ni tengo el poder de completar a
nadie. Y si creyera todo eso sobre mí mismo, ¡qué arrogancia sería! Pero
no invalidé la experiencia de ese hombre; en lugar de eso, le recordé con delicadeza que era su propia energía,
su propio poder, su propia presencia lo que sentía «llegarle de fuera».
Había situado «el final de la búsqueda» fuera de sí mismo para mantener
así la búsqueda en marcha. Era su propia ensoñación, que en nada se
diferenciaba, esencialmente, de los sueños que tenía por la noche.
En realidad, no tiene nada de malo sentirse atraído por alguien
porque crees que esa persona tiene el poder de completarte, de
iluminarte, de quitarte el dolor; pero la sombra de esto es obvia: perdemos nuestro poder.
Perdemos la fe en quiénes somos y en lo que somos. Dejamos de confiar
en nuestra experiencia más profunda, y empezamos luego a no ser
sinceros, ni con nosotros mismos ni con los demás. Dejamos de ver a
ciertas personas como seres humanos y empezamos a tratarlas como dioses.
Andamos con cuidado cuando estamos con ellas. Nos movemos de puntillas a
su alrededor, intentando decir lo correcto, sentir lo correcto en su
presencia, para que no nos rechacen, para que no nos echen del club. Las
tememos tanto como las amamos. Tratamos de impresionarlas y ganarnos su
afecto. Y nos sentimos perdidos sin ellas. Necesitamos frecuentarlas
para conseguir el estímulo que necesitamos. Empezamos a
vivir vidas de prestado, siempre a la espera de que otros nos hagan
sentirnos completos en nuestra experiencia presente, siempre
dependientes de la autoridad de los demás. Buscamos la más profunda aceptación en todos los sitios salvo en el único donde se puede encontrar: aquí y ahora.
He conocido a personas con las que los gurús o líderes espirituales habían cometido abusos; y lo aguantaron aunque en el fondo sabían que lo que el gurú hacía estaba mal.
Vivían con la esperanza de que el gurú supiera lo que hacía, con la
esperanza de que todo fuera por su bien, de que finalmente aquello las
conduciría a la iluminación. Reprimían o silenciaban sus dudas, porque
se les había dicho que todas las dudas, todas las discrepancias con el
gurú, cualquier crítica de sus métodos era señal de debilidad, de miedo,
de ego.
¿Por qué no se marcharon? No podían..., estaban buscando. El buscador
no puede simplemente marcharse de una situación de abuso; es demasiado
lo que hay en juego. Por mucho daño que me hagas, necesito tu amor.
Necesito tu iluminación. Necesito tu aprobación. Tengo miedo de
perderlos. Este es el lado oscuro del juego de la proyección: perdemos
el sentido común; no hacemos caso del discernimiento; reprimimos la
inteligencia; ignoramos los sentimientos más viscerales y la intuición;
acallamos las dudas que aparecen, muchas de las cuales podrían ser
válidas..., todo ello por conseguir la completitud que buscamos.
Acabamos actuando en contra de nuestra verdad del momento presente a
cambio de una posible verdad abstracta en el futuro.
Cuando buscamos, siempre perdemos la Je en nuestra propia experiencia del momento presente, de modo que acabamos buscando esa fe Juera de nosotros. Empezamos a vivir con la esperanza de una salvación futura que nunca llega.
He visto que muchas veces la ira que la gente sentía hacia los abusos
de su gurú (o su padre, su madre o su pareja) se esfumaba cuando se
daban cuenta de que, en realidad, siempre habían tenido la libertad de marcharse. Sentían
que no podían hacerlo únicamente porque buscaban algo. Pero no es que
el gurú realmente les hubiera quitado la libertad; se la habían quitado a
sí mismos porque buscaban algo de él. Cuando dejaron de buscarlo, eran
capaces de ver al gurú tal como era: un ser humano que tenía
percepciones y experiencias muy bellas que comunicar, pero atrapado en
su identidad de «ser iluminado libre de ego», en guerra con el mundo,
furioso con los egos de los demás e incapaz de ver su propio ego
irascible. El dios es nuevamente un ser humano, y el buscador queda
libre. La verdad siempre nos hace libres. Solo la verdad nos hace libres.
Me encanta lo que dice Krishnamurti: «Si no sigues a alguien, te
sientes muy solo. Estate solo, entonces. ¿Por qué te da miedo estar
solo? Porque te encuentras cara a cara contigo mismo tal como eres y
descubres que estás vacío, sumido en la culpa y la ansiedad, que eres
anodino, estúpido, feo..., una entidad mezquina, sórdida, sin la menor
originalidad. Afróntalo; mira la realidad de frente, no escapes de ella.
En el momento que escapas, empieza el miedo».
Seguimos a otros, con la esperanza de que nos completen, porque no somos capaces de afrontar nuestra incompletitud.
Esperamos que sea otro —un amante, un gurú, una botella de vodka— el
que la haga desaparecer. Desligarnos del gurú significa desligarnos de
la esperanza de escapar que él nos promete y encontrarnos cara a cara
con nosotros mismos tal como somos. Y eso significa hacer frente a todas las olas que rechazamos en nosotros, las olas que consideramos oscuras, malas o letales. Solo imaginarlo, da mucho miedo.
Pero en realidad es lo más bello del mundo, comprender que nadie puede ser quien tú necesitas o quieres que sea para ti. Nadie tiene el poder de completarte. Nadie puede hacer eso por ti. Nadie puede ser eso para ti.
Todos somos inocentes de no poder darte la completitud que necesitas.
Los gurús se liberan así de tener que darte lo que nunca podrían darte,
y tú te quedas aquí, liberado de su poder, liberado de la necesidad de
seguirlos a ciegas, afrontando tu experiencia presente, que es tu
verdadero gurú. Sí, la experiencia presente es el gurú que nunca te
prometerá nada que no pueda dar; nunca te inducirá a error, ni te
decepcionará, ni te hará daño, ni abusará de ti, y nunca jamás te
abandonará. No necesita de tu aprobación, y tú no necesitas luchar por
su amor. Está siempre presente y libre.
Cuando miramos más allá del relato, todo el mundo está
perdonado, en el verdadero sentido de la palabra. Todos aquellos que te
han decepcionado por no haber estado a la altura de las expectativas que
tenías de ellos están perdonados: tu padre, tu madre, tu hermana, tu
hermano, tu amigo, tu amante, tu maestro espiritual... No podían
completarte; estaban demasiado ocupados intentando completarse a sí
mismos. Estaban siendo ellos mismos a la perfección. No
estaban siendo a la perfección lo que tú necesitabas. No te estaban
completando a la perfección a ti. ¡Y gracias a Dios que nunca te
completaron!, porque te hicieron darte cuenta de que nadie te puede
completar, te hicieron contemplar la posibilidad de que quizá nadie
pueda completarte porque ya estás completo.
Lo único que queda es gratitud... hacia la gente que amas, hacia la
gente a la que no soportas, hacia la gente que te aburre mortalmente,
hacia cada persona que jamás haya entrado en tu vida, hacia todas y cada
una de las personas que hayan entrado o salido de tu vida. Todos ellos
desempeñan sus papeles a la perfección. Entran en el momento oportuno;
salen en el momento oportuno. La obra está coreografiada magistralmente.
Y todo ello es una gigantesca invitación a que veas lo que hay detrás
del mecanismo de la búsqueda y vuelvas a casa..., una invitación a que veas, a que veas
de verdad lo que hay aquí, más allá de lo que imaginas que hay más allá
de lo que sueñas que hay, más allá de lo que piensas que debería o no
debería haber aquí. Como puedes imaginar, el universo suspira aliviado
cada vez que se reconoce la realidad verdadera del momento presente.
Así que ahora ya no hay dos buscadores en una relación, dos olas que
intentan llegar al océano cada una por medio de la otra. Ya no hay dos
personas que se utilizan la una a la otra para completarse. Ya no hay un
tira y afloja, una batalla de mi imagen contra tu imagen. Ahora hay dos
personas que se ven la una a la otra tal como son, que se ven la una a
la otra con sus fallos, inseguridades y defectos, y que ya no intentan
arreglarse mutuamente, hacerse concordar recíprocamente con la imagen
del compañero perfecto, de la compañera perfecta..., de la «pareja
perfecta» que supuestamente me ha de completar. Ahora hay dos personas
que ven con claridad lo que hay delante de ellas. Dos personas que, al
fin, pueden ser sinceras, en el verdadero sentido de la palabra. Ser
sincero significa «decir la verdad sin expectativas», sin querer obtener cierto resultado con ello, sin querer hacer daño o manipular al otro en modo alguno. Sinceridad significa decir la verdad y estar dispuesto a experimentar todo lo que siga.
Significa decir la verdad no con el objetivo de cambiar o arreglar a la
otra persona, sino sencillamente porque la verdad es lo que más anhelo
de todo. Lo que más anhelo de todo es soltar la carga de intentar
mantener una imagen de mí en tu presencia. Al final, no necesitamos una
razón para decir la verdad, para admitir lo que es. La verdad es su propia recompensa. JEFF FOSTER
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